Archivo | septiembre, 2011

Jünger, escena de batalla

29 Sep


Es el oficial encargado de la protección contra los gases. En plena noche, una vez más vuelve alguien a llamar a la puerta, hecha de tablas, de mi abrigo:
-Pero, hombre, ¿es que ya está usted durmiendo? ¡Fírmeme aquí enseguida un recibo por veinte caballos de Frisia y por seis marcos de madera para las galerías!
Es que han llegado los hombres que traen los materiales. Hay así, al menos en los días tranquilos, un constante ir y venir. Al desgraciado habitante de las galerías subterráneas este ajetreo acaba arrancándole el siguiente suspiro:
-¡Si al menos hubiese un poco de tiroteo! Así tendría uno al fin un poco de tranquilidad.
No cabe duda de que algunos proyectiles potentes, los llamados «bocados difíciles», contribuyen a levantar la moral. Entonces está uno con los suyos y queda liberado del molesto papeleo.
-Mi alférez, ¿me da permiso para que me vaya? ¡Es que dentro de una hora entro de servicio!
Los montículos de barro situados en la parte alta de la trinchera brillan allá fuera iluminados por los últimos rayos del sol. La trinchera se encuentra ya sumida en una espesa sombra. Pronto asciende la primera bengala luminosa y los centinelas nocturnos se dirigen a sus puestos.
Comienza el nuevo día para el soldado de las trincheras.

Jünger, tormentas

29 Sep


Allá muy lejos se diluía en el cielo gris de diciembre la bola blanca de una granada de metralla, un shrapnel. El aliento de la lucha soplaba hacia nosotros y nos hacía estremecer de un modo extraño. ¿Presentíamos acaso que, cuando aquel oscuro ronroneo de allá atrás creciese hasta convertirse en el retumbar de un trueno incesante, llegarían días en que todos nosotros seríamos engullidos – unos antes, otros después?

Moledo, totalmente a merced de los neutrinos

28 Sep


DIALOGO CON GASTON GIRIBET, DOCTOR EN FISICA, INVESTIGADOR INDEPENDIENTE DEL CONICET
Por Leonardo Moledo

–Vamos a hablar de esta historia de los neutrinos, que está haciendo tanto ruido. En Italia, un laboratorio anunció que midió su velocidad y que encontró que es mayor que la de la luz.

–Bueno, sí. La verdad es que es un montón de ruido.

–Los neutrinos siempre fueron algo molestos. Cuando Pauli los descubrió en los años ’30, en realidad los postuló como una partícula teórica.

–Y tardaron como veinte años en pescarla.

–Y durante mucho tiempo se pensaba que no tenían masa, y ahora resulta que sí tienen masa. Y ahora resulta que se anunció, en el CERN, que los neutrinos viajan más rápido que la velocidad de la luz. Alguien dijo en Facebook que la crisis en Europa es tan fuerte que hasta los neutrinos violan la velocidad máxima.

–Aparentemente viajan 1 parte en 100 mil más rápido que la luz.

–¿Usted cree en eso?

–Yo creo que la actitud que prevalece es la cautela, y creo que es la actitud que debería prevalecer. Si me pregunta en lo personal, yo me inclinaría a pensar que debe haber alguna mala interpretación o algún error sistemático en el experimento. Pero también es cierto que es riesgoso decir eso: la tarde en que se anunció el descubrimiento yo vi la conferencia de prensa y la impresión que me dio es que los tipos tuvieron en cuenta todos los detalles.

–Hasta el movimiento de las placas y la gravedad de la Luna.

–Y tienen 16 mil eventos tomados en un par de años. Esto tiene una doble cuestión que habría que tener en cuenta. La primera es lo sorprendente, que es la cantidad de detalles y de cosas que tuvieron que tomar en cuenta. La segunda es que eso deja en evidencia la cantidad de detalles que se pudieron haber escapado.

–Hay partículas teóricas que se mueven más rápido que la luz: los taquiones.

–En realidad, se supone que los taquiones no existen. Se le pone ese nombre a la partícula hipotética que tendría la capacidad de ir más rápido que la velocidad de la luz (o sea, de tener masa imaginaria) y de generar inestabilización del vacío en torno de ellos mismos. No se comportarían como partículas, sino que decaerían a otras partículas normales. Básicamente, los taquiones no pueden existir como partículas. El problema fundamental que yo encuentro en la suposición de partículas que viajen más rápido que la luz es que está en tajante contradicción con lo que entendemos como causalidad. Tendría implicancias casi grotescas con lo que entendemos como causalidad.

–A ver…

–Vamos a poner un ejemplo. Sabemos desde 1905, fecha de formulación de la teoría de la relatividad, que no necesariamente lo que es simultáneo para un observador es simultáneo para otro. Pero lo que sí sigue ocurriendo en la física después de la teoría de la relatividad es que si un evento es causa de otro, lo será para cualquier observador. Un observador puede ver que un evento que es causa de otro ocurrió hace mucho tiempo, y otro observador, que ocurrió hace poco tiempo. Pero ambos lo verán antes del efecto que provoca ese evento. En este sentido, a pesar de la relativización del tiempo, la relación causal entre dos eventos se mantiene para todos los fenómenos. Ahora bien: si uno supone que una partícula puede llevar información desde la causa hasta el efecto a velocidad mayor que la de la luz, una excursión breve por las ecuaciones de la relatividad nos demostraría que no es cierto que dos observadores verían en todos los casos la causa antes del efecto. Y ésa es la razón por la cual esto está en tajante oposición con lo que entendemos como causalidad.

–Muchas veces las cosas que iban contra nuestras más firmes convicciones físicas o cosmológicas se derrumbaron. En el siglo XIX, sin ir más lejos, la creencia en el éter era una convicción que prácticamente nadie ponía en duda; nadie esperaba que se viniera abajo con el famoso experimento de Michaelson-Morley. Es muy excitante esto que está pasando.

–Porque uno podría jugar, aunque sea íntimamente, con la idea de que se está en la antesala de un cambio radical. Yo, de todos modos, insisto en que hay que ser cauteloso. Pero es cierto que si el trabajo es riguroso e intelectualmente honesto, es posible que muchos de nuestros presupuestos y preconceptos sean contradichos por la experiencia.

–Hay algo que me llama mucho la atención. Los neutrinos nos atraviesan de a millones en todo momento, y se sabe que son muy difíciles de pescar. ¿Cómo hicieron los científicos para manejarlos?

–Es cierto que los neutrinos son reacios a ser pescados, pero la forma de pescarlos es con detectores de placas. Es más o menos como pescar agua con un colador. Si bien la gran mayoría se escapa, siempre quedan algunas gotitas pegadas. Se hace a una profundidad enorme (a 1400 metros, en el medio de los Apeninos). Ahí se sabe que sólo llegan neutrinos; de todos los que pasan y atraviesan la montaña, que para los neutrinos es absolutamente transparente, se detecta una pequeñísima fracción. Pero al ser tantos los neutrinos que se generan allí, el colador queda mojado, por decirlo de alguna manera.

–Repasemos el experimento.

–El Supercolisionador (LHC) tira chorros de protones que chocan entre sí. Un producto de esos choques son los neutrinos, que tienen una propiedad notable: su poca capacidad de interactuar con la materia. Las paredes del acelerador son prácticamente transparentes para un neutrino. Los físicos, para no desaprovechar ese producto colateral que es la fuente de neutrinos, usan el haz y lo detectan a casi 730 kilómetros de distancia. Este truco de detectar los neutrinos que son el producto residual de las interacciones que se dan al interior del colisionador es bastante viejo. Los neutrinos viajan 730 kilómetros hasta Italia, donde son detectados. El detector está adentro del Gran Sasso, en el macizo de los Apeninos, enterrado a 1400 metros bajo tierra.

–Una de las cosas que ellos dijeron fue que la distancia esa de 730 kilómetros tenía un error de medición de más o menos 20 centímetros, que es muchísimo.

–Pero está dentro de la barra de errores, según dijeron. Hicieron un esfuerzo tremendo en medir el delay con una precisión abrumadora.

–E hicieron las correcciones relativistas, no solamente de velocidad, sino también de gravitación.

–Sí.

–Dicen, y parece ser, que tuvieron en cuenta todo.

–Sí. Yo, que soy teórico y no me dedico a la fenomenología ni a la experimentación, no dejo de estar sorprendido por la cantidad de detalles que tuvieron en cuenta. Pero, como le decía antes, eso deja ver la cantidad de detalles que se pueden estar escapando.

–Es muy difícil de creer esto.

–Sí.

–¿Y si fuera cierto?

–Y si fuera cierto… sería horrible. Yo, a diferencia de muchos de mis colegas, no comparto esa sensación de que es bueno no entender cosas en la física. Hay muchos físicos que tienen ese slogan: “Ojalá encontremos algo que no entendamos”. Pero desde chiquito mi intención es entender cómo funciona todo el mundo, y para mí sería desesperante que la relatividad no estuviera bien. Yo prefiero que la física sea la que entendamos.

–Pero la relatividad lo que tiene es que es una cosa de segundo orden y no de primer orden como lo es la gravedad newtoniana. ¿Y si esto fuera una cosa de tercer orden?

–Usted dice que la teoría de la relatividad podría ser una aproximación a una teoría más compleja.

–Sí.

–Y concuerdo con usted. Si este experimento es correcto, lo que está pasando es algo así, porque después de todo sabemos que la relatividad se ha mostrado correcta en todas las situaciones en las que se ha experimentado. Si comenzara a fallar, no se descartaría, sino que quedaría demostrado que es una gran teoría y una gran aproximación a otra teoría más compleja.

–O sea que ahora estamos a merced de los neutrinos.

–Que son, desde hace diez años, los destinados a darnos las sorpresas más grandes en el ámbito de la física.

Jünger, miedo y número

27 Sep


La pregunta básica en estos remolinos dice así: ¿es posible librar del miedo al ser humano? Tal cosa es mucho más importante que proporcionarle armas o que proveerle de medicamentos. El poder y la salud están en quien no siente miedo.

Por otro lado, el miedo pone cerco también a quienes van
armados hasta los dientes – es precisamente a ellos a quienes pone cerco. Y esto mismo puede decirse de quienes nadan en la abundancia. Ni con las armas ni con los tesoros se conjuran las amenazas; armas y riquezas son únicamente medios auxiliares.

Es tan estrecha la conexión que hay entre el miedo y los peligros amenazadores que resulta muy difícil decir cuál de esos dos poderes es el que engendra al otro.
El miedo es más importante; de ahí que haya que empezar por él si se quiere desatar el nudo.

Es menester prevenir de lo contrario, es decir, del intento de comenzar por los peligros que nos amenazan. Si tratásemos de hacernos más peligrosos que aquéllos a quienes tememos no contribuiríamos a la solución. Es la relación clásica que se da entre los rojos y los blancos, entre los rojos y los rojos, y tal vez, mañana, entre los blancos y los negros. El terror es semejante a un fuego que se dispone a devorar el mundo entero.

A la vez se multiplica el miedo. Quien pone fin al terror se legitima como llamado a ejercer el dominio. Y quien pone fin al terror es el mismo que antes ha vencido al miedo.
Es importante, además, saber que no es posible expulsar por completo el miedo.

Tal cosa no llevaría tampoco allende el automatismo – al contrario, lo introduciría en el interior del ser humano. Siempre que éste delibere consigo mismo continuará teniendo al miedo como su gran interlocutor en el diálogo. En esa operación el miedo aspira al monólogo, a ser él el único en hablar; el miedo se reserva la última palabra tan sólo cuando representa ese papel.

Si, en cambio, se reconduce el miedo al diálogo, entonces también puede el ser humano tomar la palabra. Con ello deja de imaginarse que está batido. Además de la solución del automatismo se deja ver también en todo momento otra solución que es distinta de aquélla. Es decir, ahora hay dos caminos; o expresado con otras palabras: ahora queda restablecida la libre decisión.

Aun en el supuesto de la peor de las catástrofes, siempre subsiste una diferencia, como la que se da entre la luz y las tinieblas. En el primer caso, el de la luz, el camino va ascendiendo hacia reinos que están en las alturas, hacia la muerte en sacrificio o hacia el destino de quien sucumbe con las armas en la mano; en el segundo caso, el de las tinieblas, el camino desciende hacia los hondones de los campos de esclavos y los mataderos, donde unos hombres primitivos se asocian criminalmente con la técnica. En este último caso no hay destino, lo único que hay son números. O bien poseer un destino propio o bien tener el valor de un número: ésa es la disyuntiva que hoy nos viene impuesta a todos y cada uno de
nosotros, impuesta ciertamente a la fuerza; pero el decidirse por lo uno o por lo otro es algo que cada cual ha de hacer por sí solo. La persona singular es hoy exactamente igual de soberana que en cualquier otro período de la historia y aun
es probable que sea más fuerte que nunca. Pues a medida que van ganando terreno los grandes poderes colectivos va también el ser humano quedando aislado de sus viejas asociaciones, de aquellas asociaciones que habían crecido de una manera espontánea; de lo único de que el hombre sale garante ahora es de sí mismo. y es ahora cuando se convierte en el antagonista de Leviatán, más aún, en su domeñador, en su vencedor .

Karczmarczyk, violencia, nuevos cínicos y Merleau Ponty

26 Sep


Merleau-Ponty, en un trabajo fundamental sobre la violencia política, señaló hace tiempo que la enseñanza primordial del marxismo radica en hacer un análisis concreto de las sociedades, lo que significa juzgar a los hombres no por lo que dicen de sí mismos, sino por lo que hacen, es decir, evitar buscar los valores que rigen en una sociedad en las declamaciones, en las declaraciones explícitas de valores –en las constituciones o en las leyes por ejemplo- sino en las relaciones interpersonales que constituyen la trama concreta de las sociedades.
Así, Merleau-Ponty rechaza en su trabajo las condenas abstractas de la violencia política, apelando al hecho indiscutible de que ésta ya está instalada como dato en la realidad social. La violencia está instalada en los niños que mueren de hambre, en las masas de desocupados o en el atraso de naciones y continentes enteros, en la miseria humana como necesidad funcional de un sistema económico. Debido a esto, la renuncia a la violencia de un humanismo abstracto se vuelve, por omisión, cómplice con esa violencia ya instalada. El principismo del humanismo abstracto se vuelve así mera declaración y el propio humanismo se transforma en su opuesto, en crueldad o cinismo. Por omisión, nos volvemos cómplices culpables en la pérdida de vidas humanas. Por ello, el humanista concreto no puede evitar inmiscuirse en la violencia. Así, para Merleau-Ponty, la cuestión no es violencia sí o violencia no, sino más bien si una violencia particular contribuye o no a crear un mundo más humano, menos injusto. Y a esta última cuestión no hay más remedio que responderla caso a caso. Lo que Merleau-Ponty está diciendo es algo así como que en el medio de un incendio no se puede cuestionar el uso del fuego, puesto que un incendio puede ser justamente, como ocurre cuando se quema una franja de campo para evitar la propagación del fuego, lo único que acabe con el incendio. No es la llamarada, sino la función, lo que distingue al sabotaje de su contrario. Y no hay aquí posibilidad de respuestas a priori. Esta profunda reflexión de Merleu-Ponty explicita mejor eso a lo que aludimos como “telón de fondo” de la polémica. Dicho de otra manera, la reflexión de Merleau-Ponty, de la que se desprende la justificación de provocar algunas muertes, está en el inventario de las cosas a ser revisadas entre las “causas endógenas”.

Nietzsche, amigos

26 Sep


DE LOS AMIGOS: Sólo medita por una vez para ti mismo cuán diversos son los sentimientos, cuán divididas están las opiniones, aun entre los conocidos más íntimos; cómo incluso opiniones idénticas tienen en la cabezas de tus amigos un lugar o una intensidad enteramente diferentes que en la tuya; cuantísimas veces se presenta el pretexto para el malentendido, para la divergencia hostil. Después de todo ello, te dirás: ¡qué inseguro es el terreno sobre el que descansan todas nuestras alianzas y amistades, qué cerca está los chaparrones o el mal tiempo, qué aislado está todo hombre! Si alguien comprende esto y además que todas las opiniones y su índole e intensidad son entre semejantes tan necesarias e irresponsables como sus acciones, si se percata de esta necesidad interna de las opiniones a partir de la inextricable imbricación de carácter, ocupación, talento, entorno, tal vez se libre entonces de la amargura e incisividad de ese sentimiento con que el sabio exclamó: «¡Amigos, no hay amigos». Más bien se confesará: sí hay amigos, pero es el error, la ilusión acerca de ti lo que los ha conducido a ti; y deben aprender a callar para seguir siendo amigos tuyos; pues casi siempre tales relaciones humanas estriban en que nunca se digan, ni siquiera se rocen, cierto par de cosas; pero en cuanto estas piedrecitas echan a rodar, la amistad va detrás y se rompe. ¿Hay hombres que no resultarán mortalmente heridos si se enterasen de lo que sus más íntimos amigos saben de ellos en el fondo? Al aprender a conocernos a nosotros mismos y a considerar nuestro mismo ser como una esfera cambiante de opiniones y disposiciones y, por tanto a menospreciarlo un poco, restablecemos nuestro equilibrio con los demás. Es verdad que tenemos buenas razones para despreciar a cada uno de nuestros conocidos, aunque sean los más grandes; pero igual de buenas para volver este sentimiento contra nosotros mismo. Y así, soportémonos unos a otros, ya que nos soportamos a nosotros; y tal vez le llegue a cada cual algún día también la hora más jubilosa en que diga:

«¡Amigos no hay amigos!», exclamó el sabio moribundo;
«¡Enemigos, no hay enemigos!», exclamo yo el loco viviente.

El neutrino, la partícula subversiva que viaja más rápido que todo

24 Sep

PODRIA VIAJAR A UNA VELOCIDAD SUPERIOR A LA DE LA LUZ Y PONER EN RIESGO ASI LA TEORIA DE LA RELATIVIDAD
Investigadores europeos detectaron que una partícula puede ser más rápida que la luz, lo que pone en juego las bases de la física contemporánea. Lo constataron 16 mil veces y ahora lo ponen en consideración de la comunidad científica internacional.
Por Pedro Lipcovich

El neutrino, una partícula subatómica, fue generada en forma artificial en la llamada “máquina de Dios”.
“¡Por favor, dígannos que estamos equivocados!” Así se puede resumir la actitud de los investigadores del CERN (Consejo Europeo para la Investigación Nuclear) cuando presentaron, ante los principales científicos del mundo en su especialidad, resultados experimentales que, de confirmarse, obligarían a redefinir las bases de la física contemporánea. Después de dos años de trabajo, en cuyo curso los datos fueron constatados 16.000 veces, el experimento indica que existe por lo menos una partícula capaz de viajar a una velocidad superior a la de la luz. La teoría de la relatividad se basa en que eso es imposible. La investigación que llevó a tan sorprendente resultado utilizó una partícula subatómica llamada neutrino, generada en la mal llamada “máquina de Dios”, el gigantesco acelerador de partículas que funciona en la frontera franco-suiza: los neutrinos allí emitidos se reciben en un laboratorio italiano, en lo profundo de una montaña; pero llegaban demasiado rápido. La presentación de ayer abre el camino para que experimentos en otros centros de investigación, en los próximos años, confirmen o no el resultado.

La existencia de los neutrinos, partículas subatómicas que la teoría previó desde 1930, fue confirmada experimentalmente en 1956: provienen del sol, de las supernovas y de otros orígenes; su particularidad es que casi nada puede detenerlos, pueden traspasar un planeta entero. Una manera de estudiarlos es ubicar los aparatos de detección en el centro de una montaña, donde la masa de roca detendrá a las demás partículas viajeras, pero al neutrino no. Es el caso del laboratorio situado en las profundidades del monte Gran Sasso, 1400 metros adentro de la piedra. Hasta allí, desde 730 kilómetros de distancia, atravesándolo todo, llegan los neutrinos que emite el acelerador de partículas LHC, el más grande del mundo. El programa de investigación, designado con la sigla Opera, no se proponía saber si los neutrinos viajan más rápido que la luz (¿a quién se le podría ocurrir algo tan disparatado?), sino profundizar en el análisis de sus características específicas.

Pero los neutrinos llegaban 600 millonésimas de segundo antes de lo que llegarían viajando a la velocidad de la luz, que es de 299.792 kilómetros por segundo. Los investigadores buscaron el error: midieron y recontramidieron la distancia desde el LHC; consideraron la rotación de la Tierra, el movimiento de la Luna, incluso alguna vez pidieron y obtuvieron que, para eliminar vibraciones, se detuviera el tránsito en el túnel que atraviesa el Gran Sasso. Después de 16.000 chequeos, el neutrino sigue volando demasiado rápido y entonces, ayer, presentaron los resultados ante la comunidad científica internacional.

“Tratamos de encontrar un error, trivial o complicado, pero no lo logramos –en actitud no precisamente triunfal habló Antonio Ereditato, representante del equipo Opera–. Como no lo encontramos, nos vemos obligados a presentar los resultados a la comunidad para que los examine.”

La investigadora argentina María Teresa Doval dirige el Grupo de Física de Altas Energías de la Universidad de La Plata, que participa en investigaciones que se desarrollan en el LHC: “Compartimos la actitud cautelosa del vocero de Opera –dijo a este diario–: su experimento trabajó con niveles de tiempo y espacio infinitesimales, en el límite de la precisión, y podría haber alguna incerteza no tomada en cuenta”. Claro que “la presentación de sus resultados muestra que efectuaron un trabajo altamente responsable. Queda por ver cómo se harán los chequeos para encontrar la incerteza o para confirmar los resultados”.

¿Pero por qué es tan grave que una partícula tan chiquita vaya un poco más rápido que la luz? “Si se confirmara, sería un descubrimiento tremendo, que pondría en duda uno de los pilares en que se basa la física que conocemos”, contestó Gastón Giribet, investigador en la UBA y del Conicet especializado en Teoría de la Relatividad, y señaló que, para esta teoría, “a medida que una partícula aumenta su velocidad, hace falta más energía para acelerarla más, y, si llegara a la velocidad de la luz, la energía necesaria para acelerarla todavía más sería infinita”.

De acuerdo con la teoría fundada por Einstein, “una partícula más rápida que la luz pondría en cuestión la noción de causalidad –advirtió Giribet–: supongamos que usted tiene una pistola cargada con neutrinos superlumínicos y me dispara mientras yo me acerco a gran velocidad; de acuerdo con la relatividad, si el neutrino pudiera superar la velocidad de la luz, yo recibiría el balazo de neutrinos antes de que su pistola fuese disparada. Para no dar lugar a estas paradojas, habría que revisar toda la teoría”.

Uno de los programas de investigación que podrían reexaminar el experimento del Opera es el Minos, en Minnesota, Estados Unidos. En 2007, sus estudios también registraron neutrinos aparentemente superlumínicos, pero el margen de error era excesivo para una presentación oficial.

Nietzsche, política griega

22 Sep


El Estado griego

Los modernos tenemos respecto de los griegos dos prejuicios que son como recursos de consolación de un mundo que ha nacido esclavo y, que por lo mismo, oye la palabra esclavo con angustia: me refiero a esas dos frases la dignidad del hombre y la dignidad del trabajo. Todo se conjura para perpetuar una vida de miseria, esta terrible necesidad nos fuerza a un trabajo aniquilador, que el hombre (o mejor dicho, el intelecto humano), seducido por la Voluntad, considera como algo sagrado. Pero para que el trabajo pudiera ostentar legítimamente este carácter sagrado, sería ante todo necesario que la vida misma, de cuyo sostenimiento es un penoso medio, tuviera alguna mayor dignidad y algún valor más que el que las religiones y las graves filosofías le atribuyen. ¿Y qué hemos de ver nosotros en la necesidad del trabajo de tantos millones de hombres, sino el instinto de conservar la existencia, el mismo instinto omnipotente por el cual algunas plantas raquíticas quieren afianzar sus raíces en un suelo roquizo?

En esta horrible lucha por la existencia sólo sobrenadan aquellos individuos exaltados por la noble quimera de una cultura artística, que les preserva del pesimismo práctico, enemigo de la naturaleza como algo verdaderamente antinatural. En el mundo moderno que, en comparación con el mundo griego, no produce casi sino monstruos y centauros, y en el cual el hombre individual, como aquel extraño compuesto de que nos habla Horacio al empezar su Arte Poética, está hecho de fragmentos incoherentes, comprobamos a veces, en un mismo individuo, el instinto de la lucha por la existencia y la necesidad del arte. De esta amalgama artificial ha nacido la necesidad de justificar y disculpar ante el concepto del arte aquel primer instinto de conservación. Por esto creemos en la dignidad del hombre y en la dignidad del trabajo.

Los griegos no inventaban para su uso estos conceptos alucinatorios; ellos confesaban, con franqueza que hoy nos espantaría, que el trabajo es vergonzoso, y una sabiduría más oculta y más rara, pero viva por doquiera, añadía que el hombre mismo era algo vergonzoso y lamentable, una nada, la sombra de un sueño. El trabajo es una vergüenza porque la existencia no tiene ningún valor en sí: pero si adornamos esta existencia por medio de ilusiones artísticas seductoras, y le conferimos de este modo un valor aparente, aún así podemos repetir nuestra afirmación de que el trabajo es una vergüenza, y por cierto en la seguridad de que el hombre que se esfuerza únicamente por conservar la existencia, no puede ser un artista. En los tiempos modernos, las conceptuaciones generales no han sido establecidas por el hombre artista, sin por el esclavo: y éste, por su propia naturaleza, necesita, para vivir, designar con nombres engañosos todas sus relaciones con la naturaleza. Fantasmas de este género, como dignidad del hombre y la dignidad del trabajo, son engendros miserables de una humanidad esclavizada que se quiere ocultar a si misma su esclavitud. Míseros tiempos en que el esclavo usa de tales conceptos y necesita reflexionar sobre sí mismo y sobre su porvenir. ¡Miserables seductores, vosotros, los que habéis emponzoñado el estado de inocencia del esclavo, con el fruto del árbol de la ciencia! Desde ahora, todos los días resonarán en sus oídos esos pomposos tópicos de la igualdad de todos, o de los derechos fundamentales del hombre, del hombre como tal, o de la dignidad del trabajo, mentiras que no pueden engañar a un entendimiento perspicaz. Y eso se lo diréis a quien no puede comprender a qué altura hay que elevarse para hablar de dignidad, a saber, a esa altura en que el individuo, completamente olvidado de sí mismo y emancipado del servicio de su existencia individual, debe crear y trabajar.

Y aún en este grado de elevación del trabajo, los griegos experimentaban un sentimiento muy parecido al de la vergüenza. Plutarco dice en una de sus obras, con instinto de neto abolengo griego, que ningún joven de familia noble habría sentido el deseo de ser un Fidias al admirar en Pisa el Júpiter de este escultor; ni de ser un Policleto cuando contemplaba la Hera de Argos; ni tampoco habría querido ser un Anacreonte, ni un Filetas, ni un Arquiloco, por mucho que se recrease en sus poesías. La creación artística, como cualquier otro oficio manual, caía para los griegos bajo el concepto poco significado de trabajo. Pero cuando la inspiración artística se manifestaba en el griego, tenía que crear y doblegarse a la necesidad del trabajo. Y así como un padre admira y se recrea en la belleza y en la gracia de sus hijos, pero cuando piensa en el acto de la generación experimenta un sentimiento de vergüenza, igual le sucedía al griego. La gozosa contemplación de lo bello no le engañó nunca sobre su destino, que consideraba como el de cualquiera otra criatura de la naturaleza, como una violenta necesidad, como una lucha por la existencia. Lo que no era otro sentimiento que el que le llevaba a ocultar el acto de la generación como algo vergonzoso, si bien, en el hombre, este acto tenía una finalidad mucho más elevada que los actos de conservación de su existencia individual: este mismo sentimiento era el que velaba el nacimiento de las grandes obras de arte, a pesar de que para ellos estas obras inauguraban una forma más alta de existencia, como por el acto genésico se inaugura una nueva generación. La vergüenza parece, pues, que nace allí donde el hombre se siente mero instrumento de formas o fenómenos infinitamente más grandes que él mismo como individuo.

Y con esto hemos conseguido apoderamos del concepto general dentro del que debemos agrupar los sentimientos que los griegos experimentaban respecto del trabajo y de la esclavitud. Ambos eran para ellos una necesidad vergonzosa ante la cual se sentía rubor, necesidad y oprobio a la vez. En este sentimiento de rubor se ocultaba el reconocimiento inconsciente de que su propio fin necesita de aquellos supuestos, pero que precisamente en esta necesidad estriba el carácter espantoso y de rapiña que ostenta la esfinge de la naturaleza, a quien el arte ha representado con tanta elocuencia en la figura de una virgen. La educación, que ante todo es una verdadera necesidad artística, se basa en una razón espantosa; y esta razón se oculta bajo el sentimiento crepuscular del pudor. Con el fin de que haya un terreno amplio, profundo y fértil para el desarrollo del arte, la inmensa mayoría, al servicio de una minoría y más allá de sus necesidades individuales, ha de someterse como esclava a la necesidad de la vida a sus expensas, por su plus de trabajo, la calase privilegiada ha de ser sustraída a la lucha por la existencia, para que cree y satisfaga un nuevo mundo de necesidades.

Por eso hemos de aceptar como verdadero, aunque suene horriblemente, el hecho de que la esclavitud pertenece a la esencia de una cultura; ésta es una verdad, ciertamente, que no deja ya duda alguna sobre el absoluto valor de la existencia. Es el buitre que roe las entrañas de todos los Prometeos de la cultura. La miseria del hombre que vive en condiciones difíciles debe ser aumentada, para que un pequeño número de hombres olímpicos pueda acometer la creación de un mundo artístico. Aquí esta la fuente de aquella rabia que los comunistas y socialistas, así como sus pálidos descendientes, la blanca raza de los “liberales” de todo tiempo, han alimentado contra todas las artes, pero también contra la Antigüedad clásica. Si realmente la cultura quedase al capricho de un pueblo, si en esta punto no actuasen fuerzas ineludibles que pusieran coto al libre albedrío de los individuos, entonces el menosprecio de la cultura, la apoteosis de los pobres de espíritu, la iconoclasta destrucción de las aspiraciones artísticas sería algo más que la insurrección de las masas oprimidas contra las individualidades amenazadoras; sería el grito de compasión que derribara los muros de la cultura; el anhelo de justicia, de igualdad en el sufrimiento superaría a todos los demás anhelos. De hecho, en varios momentos de la historia un exceso de compasión ha roto todos los diques de la cultura; un iris de misericordia y de paz empieza a lucir con los primeros fulgores del cristianismo, y su mas bello fruto, el Evangelio de San Juan, nace a esta luz. Pero se dan también casos en que, durante largos períodos, el poder de la religión ha petrificado todo un estadio de cultura, cortando con despiadada tijera todos los retoños que querían brotar. Pero no debemos olvidar una cosa: la misma crueldad que encontramos en el fondo de toda cultura, yace también en el fondo de toda religión y en general, en todo poder, que siempre es malvado; y así lo comprendemos claramente cuando vemos que una cultura destroza o destruye, con el grito de libertad, o por lo menos de justicia, el baluarte fortificado de las reivindicaciones religiosas. Lo que en esta terrible constelación de cosas quiere vivir, o mejor, debe vivir, es, en el fondo, un trasunto del entero contraste primordial, del dolor primordial que a nuestros ojos terrestres y mundanos debe aparecer insaciable apetito de la existencia y eterna contradicción en el tiempo, es decir: como devenir. Cada momento devora al anterior, cada nacimiento es la muerte de innumerables seres, engendrar la vida y matar es una misma cosa. Por esto también debemos comparar la cultura con el guerrero victorioso y ávido de sangre que unce a su carro triunfal, como esclavos, a los vencidos, a quienes un poder bienhechor ha cegado hasta el punto de que, casi despedazados por las ruedas del carro, exclaman aún: ¡dignidad del trabajo! ¡Dignidad del hombre! La cultura, como exuberante Cleopatra, echa perlas de incalculable valor en su copa: estas perlas son las lágrimas de compasión derramadas por los esclavos y por la miseria de los esclavos. Las miserias sociales de la época actual han nacido de ese carácter de niño mimado del hombre moderno, no de la verdadera y profunda piedad por los que sufren; y si fuera verdad que los griegos perecieron por la esclavitud, es mucho más cierto que nosotros pereceremos por la falta de esclavitud; esclavitud que ni al cristianismo primitivo, ni a los mismos germanos les pareció extraña, ni mucho menos reprobable. ¡Cuán digna nos parece ahora la servidumbre de la Edad Media, con sus relaciones jurídicas de subordinación al señor, en el fondo fuertes y delicadas, con aquel sabio acotamiento de su estrecha existencia – ¡cuán digna-, y cuán reprensible!

Así, pues, el que reflexione sin prejuicios sobre la estructura de la sociedad, el que se la imagine como el parto doloroso y progresivo de aquel privilegiado hombre de la cultura a cuyo servicio se deben inmolar todos los demás, ese ya no será víctima del falso esplendor con que los modernos han embellecido el origen y la significación del Estado. ¿Qué puede significar para nosotros el Estado, sino el medio de realizar el proceso social antes descrito, asegurándole un libre desarrollo? Por fuerte que sea el instinto social del hombre, sólo la fuerte grapa del Estado sirve para organizar, a las masas de modo que se pueda evitar la descomposición química de la sociedad, con su moderna estructura piramidal. ¿Pero de dónde surge este poder repentino del Estado cuyos fines escapan a la previsión y al egoísmo de los individuos? ¿Cómo nace el esclavo, ese topo de la cultura? Los griegos nos lo revelaron con su certero instinto político, que aun en los estadios más elevados de su civilización y humanidad no cesó de advertirles con acento broncíneo: “el vencido pertenece al vencedor, con su mujer y sus hijos, con sus bienes y con su sangre. La fuerza se impone al derecho, y no hay derecho que en su origen no sea demasía, usurpación violenta”.

Aquí volvemos a ver con qué despiadada dureza forja la naturaleza, para llegar a ser sociedad, el cruel instrumento del Estado, es decir, aquel conquistador de férrea mano, que no es más que la objetivación del mencionado instinto. En la indefinible grandeza y poderío de tales conquistadores, vislumbra el observador que sólo son un medio del que se sirve un designio que en ellos se revela, pero que a la vez ellos mismos desconocen. Corno si de ellos emanase un efluvio mágico de voluntad, misteriosamente se les rinden las otras fuerzas menos poderosas, las cuales manifiestan, ante la repentina hinchazón de aquel poderoso alud, bajo el hechizo de aquel núcleo creador, una afinidad desconocida hasta entonces.

Cuando ahora vemos qué poco se preocupan los súbditos de las naciones del terrible origen del Estado, hasta el punto de que sobre ninguna clase de acontecimientos nos instruye menos la historia que sobre aquellas usurpaciones violentas y repentinas, teñidas de sangre, y por lo menos en un punto inexplicables; cuando vemos que antes bien la magia de este poder en formación alivia los corazones, con el presentimiento de un oculto y profundo designio, allí donde la fría razón sólo ve una suma de fuerzas; cuando se considera el Estado fervorosamente como punto de culminación de todos los sacrificios y deberes de los individuos, nos convencemos de la enorme necesidad del Estado, sin el cual la naturaleza no podría llegar a redimirse por la virtud y el poder del genio. Este goce instintivo en el Estado, ¡cuán superior es a todo conocimiento! Podría creerse que una criatura que reflexionase sobre el origen del Estado buscaría su salud lejos de éste. ¿Y dónde no hallaríamos las huellas de su origen, los países devastados, las ciudades destruidas, los hombres convertidos en salvajes, los pueblos destruidos por la guerra? El Estado, de vergonzoso origen, y para la mayor parte de los hombres manantial perenne de esfuerzos, tea devastadora de la humanidad en períodos intermitentes, es, sin embargo, una palabra ante la cual nos olvidamos de nosotros mismos, un grito que ha impulsado a las más heroicas hazañas, y quizá-, el objeto más alto y sublime para la masa ciega y egoísta, que sólo se reviste de un gesto supremo de grandeza en los momentos más críticos de la vida del Estado.

Pero los griegos aparecen ante nosotros, ya a priori, precisamente por la grandeza de su arte, como los hombres políticos por excelencia; y en verdad, la historia no nos presenta un segundo ejemplo de tan prodigioso desarrollo de los instintos políticos, de tal subordinación de todos los demás intereses al interés del Estado, si no es acaso, y por analogía de razones, el que dieron los hombres del Renacimiento en Italia. Tan excesivo era en los griegos dicho instinto, que continuamente se vuelve contra ellos mismos y clava sus dientes en su propia carne. Ese celo sangriento que vemos extenderse de ciudad en ciudad, de partido en partido; esta ansia homicida de aquellas pequeñas contiendas; la expresión triunfal de tigres que mostraban ante el cadáver del enemigo; en suma, la incesante renovación de aquellas escenas de la guerra de Troya, en cuya contemplación se embriagaba Homero como puro heleno, ¿qué significa toda esta barbarie del Estado griego, de dónde saca su disculpa ante el tribunal de la eterna justicia? Ante él aparece altivo y tranquilo el Estado y de su mano conduce a la mujer radiante de belleza, a la sociedad griega. Por esta Helena hizo aquella guerra, ¿qué juez venerable la condenaría?

En esta misteriosa relación que aquí señalarnos entre Estado y Arte, instintos políticos y creación artística, campo de batalla y obra de arte, entendemos por Estado, como ya hemos dicho, el vínculo de acero que rige el proceso social; porque sin Estado, en natural bellum omnium contra omnes, la sociedad poco puede hacer y apenas rebasa el círculo familiar. Pero cuando poco a poco va formándose el Estado, aquel instinto del bellum omnium contra omnes se concentra en frecuentes guerras entre los pueblos y se descarga en tempestades no tan frecuentes, pero más poderosas. En los intervalos de estas guerras, la sociedad, disciplinada por sus efectos, va desarrollando sus gérmenes, para hacer florecer, en épocas apropiadas, la exuberante flor del genio.

Ante el mundo político de los helenos, yo no quiero ocultar los recelos que me asaltan de posibles perturbaciones para el arte y la sociedad en ciertos fenómenos semejantes de la esfera política. Si imagináramos la existencia de ciertos hombres, que por su nacimiento estuvieran por encima de los instintos populares y estatales, y que, por consiguiente, concibieran el Estado sólo en su propio interés, estos hombres considerarían necesariamente como última finalidad del Estado la convivencia armónica de grandes comunidades políticas, en las cuales se les permitiera, sin limitación de ninguna clase, abandonarse a sus propias iniciativas. Imbuidos de estas ideas fomentarían aquella política que mayor posibilidad de triunfo ofreciera a estas iniciativas, siendo, por el contrario, increíble que se sacrificaran por algo contrario a sus ideales; por ejemplo, por un instinto inconsciente, porque en realidad carecerían de tal instinto. Todos los demás ciudadanos del Estado siguen ciegamente su instinto estatal; sólo aquellos que señorean este instinto saben lo que quieren del Estado y lo que a ellos debe proporcionar el Estado. Por esto es completamente inevitable que tales hombres adquieran un gran influjo, mientras que todos los demás sometidos al yugo de los fines inconscientes del Estado no son sino meros instrumentos de tales fines. Ahora bien, para poder conseguir por medio del Estado la consecución de sus fines individuales, es ante todo necesario que el Estado se vea libre de las convulsiones de la guerra, cuyas consecuencias incalculables son espantosas, para de este modo poder gozar de sus beneficios; y por esto procuran del modo más consciente posible, hacer imposible la guerra. Para esto es preciso, en primer término, debilitar y cercenar las distintas tendencias políticas particulares, creando agrupaciones que se equilibren y aseguren el buen éxito de una acción bélica, para hacer de este modo altamente improbable la guerra; por otra parte, tratan de sustraer la decisión de la paz y de la guerra a los poderes políticos, para dejarla entregada al egoísmo de las masas o de sus representantes, por lo que a su vez tienen necesidad de ir sofocando paulatinamente los instintos monárquicos de los pueblos. Para estos fines, utilizan la concepción liberal-optimista, hoy tan extendida dondequiera que tiene sus raíces en el enciclopedismo francés y en la Revolución francesa, es decir, en una filosofía completamente antigermana, netamente latina, vulgar y desprovista de toda metafísica. Yo no puedo menos de ver, en el actual movimiento dominante de las nacionalidades, y en la coetánea difusión del sufragio universal, los efectos predominantes del miedo a la guerra; y en el fondo de estos movimientos, los verdaderos medrosos, esos solitarios del dinero, hombres internacionales, sin patria, que dada su natural carencia de instinto estatal han aprendido a utilizar la política como instrumento bursátil, y el Estado y la sociedad como aparato de enriquecimiento. Contra los que de este lado quieren convertir la tendencia estatal, en tendencia económica, sólo hay un medio de defensa: la guerra y cien veces la guerra. En estos conflictos se pone de manifiesto que el Estado no ha nacido por el miedo a la guerra y como una institución protectora de intereses individuales egoístas, sino que inspirado en el amor de la patria y del príncipe, constituye, por su naturaleza eminentemente ética, la aspiración hacia los más altos ideales. Si, por consiguiente, señalo como peligro característico de la política actual el empleo de la idea revolucionaria al servicio de una aristocracia del dinero egoísta y sin sentimiento del Estado, y la enorme difusión del optimismo liberal igualmente como resultado de la concentración en algunas manos de la economía moderna y todos los males del actual estado de cosas, juntamente con la necesaria decadencia del arte, nacidas de aquellas raíces o creciendo con ellas, he de verme obligado a entonar el correspondiente Pean en honor de la guerra. Su arco sibilante resuena terrible, y aunque aparezca como la noche, es, sin embargo, Apolo, el dios consagrador y purificador del Estado. Pero primero, como sucede al principio de la Ilíada, ensaya sus flechas disparando sobre los mulos y los perros. Luego derriba a los hombres, y de pronto las hogueras elevan su llama al cielo repletas de cadáveres. Por consiguiente, debemos confesar que la guerra es para el Estado una necesidad tan apremiante como la esclavitud para la sociedad; ¿y quién podría desconocer esta verdad al indagar la causa del incomparable florecimiento del arte griego?

El que considere la guerra y su posibilidad uniformada, la profesión militar, respecto de la naturaleza del Estado, que acabamos de describir, debe llegar al convencimiento de que por la guerra y en la profesión militar se nos da una imagen, o mejor dicho, un modelo del Estado. Aquí vemos, como efecto, el más general de la tendencia guerrera, una inmediata separación y desmembración de la masa caótica en castas militares, sobre la cual se eleva, en forma de pirámide, sobre una capa inmensa de hombres verdaderamente esclavizados, el edificio de la sociedad guerrera. El fin inconsciente que mueve a todos ellos los somete al yugo y engendra a la vez en las más heterogéneas naturalezas una especie de transformación química de sus cualidades singulares, hasta ponerlas en afinidad con dicho fin. En las castas superiores se observa ya algo más, a saber, aquello mismo que forma la médula de este proceso interior, la génesis del genio militar, en el cual hemos reconocido el verdadero creador del Estado. En algunos Estados, por ejemplo, en la constitución que Licurgo dio a Esparta, podemos ya observar la aparición de esta idea fundamental, la génesis del genio militar. Si ahora nos representarnos el Estado militar primitivo en su más violenta efervescencia, en su trabajo propio, y recordamos toda la técnica de la guerra, no podremos menos de rectificar los tan difundidos conceptos de la dignidad del hombre y de la dignidad del trabajo, preguntándonos si el concepto de dignidad no corresponde también al trabajo que tiene por fin destruir a ese hombre digno y a los hombres a quienes está encomendado este trabajo, o si debemos dejar a un lado este concepto, por lo contradictorio, siquiera cuando se trata de la misión guerrera del Estado. Yo creía que el hombre guerrero era un instrumento del genio militar y su trabajo un medio también de este genio; y que no como hombre absoluto y no genio, sino como instrumento de este genio, el cual puede arbitrar su destrucción como medio de realizar la obra de arte de la guerra, le correspondía un cierto grado de dignidad, a saber, ser un instrumento digno del genio. Pero lo que aquí exponemos en un ejemplo particular tiene una significación universal: cada hombre, en su total actividad, sólo alcanza dignidad en cuanto es, consciente o inconscientemente, instrumento del genio; de donde se deduce la consecuencia ética de que el “hombre en sí”, el hombre absoluto, no posee ni dignidad, ni derechos, ni deberes; sólo como ser de fines completamente concretos, y al mismo tiempo inconscientes, puede el hombre encontrar una justificación de su existencia.

Según esto, el Estado perfecto de Platón es algo más grande de lo que imaginan sus fervientes admiradores, para no referirme a la ridícula expresión de superioridad -con que nuestros hombres cultos, históricamente hablando, rechazan este fruto de la antigüedad. El verdadero fin del Estado, la existencia olímpica y la génesis y preparación constante del genio, respecto del cual todos los demás hombres sólo son instrumentos, medios auxiliares y posibilidades, es descubierto en aquella gran obra y descrito con firmes caracteres por una intuición poética. Platón hundió su mirada en el campo espantosamente devastado de la vida del Estado y adivinó la existencia de algo divino en su interior. Creyó que esta partícula divina se debía conservar y que aquel exterior rencoroso y bárbaro no constituía la esencia del Estado; todo el fervor y sublimidad de su pasión política se condensó en esta fe, en este deseo, en esta divinidad. El hecho de que no figurara en la cima de su Estado perfecto el genio en su concepto general, sino como genio de la sabiduría y de la ciencia, y arrojara de su República al artista genial, fue una dura consecuencia de la doctrina socrático sobre el arte, que Platón, aun luchando contra sí mismo, hubo de hacer suya. Esta laguna meramente exterior y casi casual no nos debe impedir reconocer en la concepción total del Estado platónico el maravilloso jeroglífico de una profunda doctrina esotérica de significación eterna de las relaciones entre el Estado y el Genio; y lo que acabamos de exponer en este proemio es nuestra interpretación de aquella obra misteriosa.

Jouve, la guerrilla de los años de plomo

22 Sep


La guerrilla del Che en Salta, 40 años después
Publicado originalmente en: Revista La Intemperie.
Testimonio de Héctor Jouve

Primera Parte: La guerrillaYo no amo la vida, sino la justicia, que está por encima de la vida.
Albert Camus: Los Justos. Acto Primero

Masetti y el Che
Lo primero que nos dijo fue, “Bueno, aquí están: ustedes aceptaron unirse a esto y ahora tenemos que preparar todo, pero a partir de ahora consideren que están muertos. Aquí la única certeza es la muerte; tal vez algunos sobrevivan, pero consideren que a partir de ahora viven de prestado.”
Relato del primer encuentro del grupo inicial del EGP con el Che Guevara, realizado por Ciro Bustos a Jon Lee Anderson

El testimonio, el relato del que vivió un acontecimiento, del que comparte su vivencia aún sabiendo que puede ser intransferible, suele ser un profundo gesto de generosidad y de responsabilidad para con los otros: los contemporáneos que no vivieron el suceso, o las generaciones siguientes, que quieren saber, entender y reconocer lo que hicieron o dejaron de hacer aquellos que los precedieron. En algunos casos, ese gesto busca –quizás—darle sentido a una experiencia tal que amenaza con no dejarse nombrar por las palabras.

Una vez estabilizada la revolución Cubana, el Che Guevara intenta crear un foco guerrillero en el norte argentino, con la intención, una vez arraigado, de dirigirlo personalmente.
Durante poco más de medio año, el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) –un grupo de no más de 20 personas, entre los que se incluían varios cordobeses—, sobrevivió con extremas dificultades en el monte salteño. No llegaron a realizar ningún operativo. Cuando la gendarmería lo desarticuló, ya había varios muertos; algunos de ellos producto de fusilamientos realizados por el propio grupo.

Publicamos en este número la primera parte del testimonio de Héctor Jouvé, participante del EGP: desde que decide integrarse hasta que cae preso. En el próximo número, el tiempo de su larga prisión y sus reflexiones sobre lo vivido que significan un aporte fundamental para el debate de la izquierda en la Argentina.

Héctor Jouve: A principios de los sesenta, luego de una serie de golpes, contragolpes, elecciones que se hacían y después se borraban, y de pensar que no se planteaba ninguna alternativa seria para los cambios revolucionarios en la Argentina, la revolución cubana nos movió el piso a todos. Fue como aire fresco, lejos de la cosa ritualizada al estilo soviet, lejos de la imagen de los soldados rusos marchando con cara seria. Fue otra cosa, la gente participaba con entusiasmo. Eso fue –creo-, lo que más incidió en esos tiempos en nuestro país, tiempos en los que de alguna manera nos preparábamos para la guerra, influidos por el proceso internacional: Cuba, Argelia, Indochina, Mozambique, Angola… Ahora ¿qué llevó a cada uno a unirse a la guerrilla? No sé, a mí personalmente me impactaron mucho algunas cosas de la Segunda Guerra Mundial. No solamente la masacre espantosa, sino particularmente los campos de concentración, la matanza de judíos, y las bombas de Hiroshima y Nagasaki. En aquellos años resultaba increíble que en un minuto murieran más de doscientas mil personas. No se había hablado nunca de esa bomba, no se sabía que podía existir un artefacto tan infernal. Y por eso fue como un despertar violento, que atropellaba cualquier esquema que pudiera tener una persona en la cabeza. Por otro lado, yo venía de una familia unida –éramos 5 hermanos- y en mi casa por ahí no había zapatos pero siempre había libros; y también había conocido a un viejo interesantísimo, yo lo llamo mi abuelo postizo, porque me enseñó muchas cosas: que había llegado en un barco a los 16 años, solo, que en la época del peronismo venía a escuchar las informaciones de Radio Porteña a mi casa -transmitía los precios del mercado de Liniers- y debajo de los huevos que vendía llevaba el Nuestra Palabra, el diario del Partido Comunista. Y bueno, él me adoptó de algún modo… yo no era antiperonista, para nada, tampoco era peronista… tiraba más bien para el anarquismo, leía a Bakunin, Kropotkin, porque la biblioteca del club del barrio tenía esos libros. De todas maneras en el golpe del ’55, yo me definía como perocomunista. … y me interesaba qué pasaba en Rusia, tiraban un discurso que parecía el que uno quería… Y luego fue la militancia en el Movimiento por La Paz, la Juventud Comunista, y todo ese proceso que parecía abrumador – la revolución cubana, la liberación de Argelia, etc-, como si realmente el mundo fuera para ese lado. Incluso miraba el mapa y me decía “pucha, voy a pintar de rojo los países que ‘ya están’ ” y claro, la mancha roja se había extendido un montón…

Bueno, eso me preparó a mí personalmente para ir… y luego la militancia en el PC, donde creo que lo que más me golpeaba era el esquematismo, la ausencia de discusión, parecía que la diferencia era un desacato a la autoridad. Y por otro lado algunas cosas que salieron en Nuestra Palabra realmente lamentables: hablar de manifestaciones de masas en el Día de la Paz en Córdoba en aquellos años, 62, 63… cuando habíamos sido 5 los que estábamos en el acto… a mí me parecía una cosa que no tenía sentido. Tal vez porque pensaba que la política había que hacerla de cara a la gente, que no había que mentirle. ¿Cómo les vamos a mentir? Es lo mismo que torturar en nombre del socialismo, me parece ridículo. Pero bueno, todo eso, nos llevó a algunos a comenzar a pensar en otra cosa. Y comenzamos a juntar dinero, a comprar armas y a planificar algunas cosas. La idea nuestra era rural y había un muchacho que tenía un Willy de la Segunda Guerra Mundial. Pensábamos que lo primero que había que hacer era ir a ver qué había en el norte, como el eslabón más débil del desarrollo social y económico del país. Así que empezamos a preparar el viaje, a preparar el Willy, y de pronto, aparece Ciro Bustos que nos pregunta si alguno iba a subir: era para mañana, para el día siguiente. Y nos contó que estaba todo preparado, que había armamentos, comunicaciones, gente entrenada, y que ellos estaban reclutando gente, que habían explorado la zona del norte argentino, un poco más al norte de adonde habíamos decidido ir nosotros. Y yo dije vamos, y el grupo se acopló… Y partimos en un tren de esos que iban al norte, lento, cargado de gente, y con todas las cosas que podían cargar arriba… Y llegamos a Orán, ahí tuvimos que esperar hasta el día siguiente para conseguir un colectivo que cruzaba la frontera, por un lugar que se llama Aguas Blancas. Esa noche pernoctamos en Bermejo y al día siguiente seguimos viaje en un camión. Había otros tres chicos que iban ya con sus atuendos de guerrilleros: pantalón con bolsillos grandes tipo ranger, borceguíes. Llegamos a Tarija. Ahí esperamos 3 o 4 días, hasta que una tarde apareció Hermes Peña, que era el jefe de escoltas del Che Guevara en Cuba, y Federico Méndez, un chaqueño que falleció hará unos 5 o 6 años… y con ellos salimos para una finca que quedaba a unos 60 u 80 kilómetros y ahí empezamos a entrenar. Entrenamos desde el 25 o 28 de agosto hasta el 21 de septiembre, que volvimos a entrar en Argentina. Debemos haber sido 9 compañeros, y fuimos subiendo hacia el lado de Orán. Ese primer tiempo, dentro de todo, las cosas andaban bien. Por ahí alguno se cansaba más que otro, pero nada más… en un momento nos quedamos sin agua porque pensábamos que el río estaba más cerca, y hubo un incidente con uno de los chicos que venían de Bs. As., que se empezó a poner mal, muy mal, no podía caminar. Al día siguiente fuimos a un lugar donde había un depósito de YPF, nos juntamos con unos paisanos, había gallinas, bananas –había un plantación de bananas- y ese día comimos arroz con gallina. Después cruzamos el río Pescado, que está en la provincia de Salta pero no lejos de Humahuaca. En ese lugar tomamos un obraje. Había algunas personas que estaban esperando que les dieran coca y alcohol para irse, porque no les pagaban un peso, y había una señora que estaba enferma, y la atendió uno de los muchachos de Bs. As, Pirincho, y bueno, les hablamos a la gente de lo que estábamos haciendo. Y de ahí salimos un poco más arriba, siempre para Orán. Iba a llegar más gente de Córdoba y había que esperarlos en la zona. Justo ese día se hace el juicio a Pupi (Adolfo Rotblat), un juicio en el que yo no participé. Cuando llegamos, Masetti, que era el jefe, nos comunica que lo iban a fusilar. Yo le pregunto por qué. Y me dice cosas como que el Pupi no andaba, que en cualquier momento nos iba a traicionar, que andaba haciendo ruido con la olla, que andaba desquiciado. Yo pienso que estaba muy mal, que se había quebrado, pero no vi que representara un peligro. Me dice “bueno, entonces vas a ser vos el que le de un tiro en la frente”. Yo les digo que no le voy a dar un tiro en la frente a nadie y mi hermano me dice que me calle la boca. Y la cosa quedó ahí… estaba mi hermano y estaba un muchacho que está en Cuba ahora, Canelo, así que… se hizo la ejecución. Yo no estaba, porque salí con el grupo nuevo, que no sabía de esto, y los llevé a caminar por la sierra. Cuando llegué, las cosas ya habían pasado, todo seguía. Creo que algunas caras habían cambiado.

De ahí seguimos, siempre hacia el norte, cruzando el río Santa María, hasta que vimos una casa, que era de un capataz del ingenio tabacal, de los Carro Costas, y de ahí llegamos a un pueblito que se llama Aguas Negras. Preguntamos quién era el intendente o encargado. Le contamos lo que veníamos haciendo y nos dejó un poco de dinero para comprar semillas, que nos iban a hacer falta en el campamento. Esto debe haber sido a fines de octubre. Nos señaló que siguiendo un sendero llegaríamos a la casa de su cuñado. Ahí dejaron que nos quedemos. Fumamos y todos se empezaron a acercar, así que convidábamos cigarrillos a todos, chiquitos, grandes, todos fumábamos… colgamos las hamacas, hicimos de comer y los invitamos. Escuchamos una nena que lloraba y lloraba, le preguntamos al padre qué le pasaba a la chica. El padre dice “y, la nena está pa’l hoyo”, ¿cómo pa’l hoyo? “y sí, ya enterramos dos”. Y nos cuenta: “la primera, la llevamos al médico porque lloraba igual, y se nos murió en el hospital porque esperamos mucho. La segunda se nos murió en el camino. Y a ésta ¿para qué la vamos a llevar si igual se va a morir?”. Como nosotros llevábamos algunos antibióticos y esas cosas la atendimos… al otro día estaba fenómena. Además le dijimos que no le podían dar locro, que la nena era muy chiquita. Como había una vaca, le dijimos que le dieran leche. “no –nos dicen- esa vaca es muy mala”. Así que luchamos con la vaca hasta que le sacamos un poco de leche. Les explicamos que haciendo eso todos los días iban a poder darle leche a la nena, y le dimos algunas indicaciones: que le dieran verdura pisada, etc. Y después seguimos viaje y nos fuimos al primer campamento estable que tuvimos, que duró dos meses y pico. En ese campamento se hizo el primer refugio para guardar armamentos, y sirvió también para base de exploraciones. Había tres pibes de Córdoba, jovencitos, que se sintieron mal. Se los acompañó hasta la ruta para que se fueran. A ése lugar fue dónde llegó Pancho Aricó, porque formaba parte de un grupo de apoyo que funcionaba, me parece, como funcionó el grupo de apoyo en el gobierno de Alfonsín: no para estar en el orden de los fierros sino para decir políticamente algunas cosas. El primer número de Pasado y Presente, el artículo editorial está de algún modo dedicado al EGP. Evidentemente en ese artículo Pancho, evocando a Gramsci, habla de la Voluntad Revolucionaria. Una revolución no se hace sola, hace falta una voluntad para hacerla. Un poco justificando el voluntarismo de esto que era la idea foquista de la revolución. Discutieron bastante con Masetti, yo no participé de esas discusiones, pero supongo que acordaron algunas cosas.

En ese campamento había a veces discusiones políticas… a mí me habían dado la responsabilidad sobre eso, era como el “comisario político”, y en cuanto al asunto de informaciones, en la finca de Bolivia habíamos aprendido Morse, a codificar mensajes… Así que, bueno, yo me ocupaba de esas cosas.

P: ¿Cuántos eran?

H.J.: Y debemos haber sido alrededor de 20. Se iban, llegaban nuevos… después no quedaron tantos. No me acuerdo bien. También vinieron a ese campamento dos muchachos que eran bancarios, otros que habían sido delegados petroleros, gente que estuvo en el PC en el sur, en Caleta Olivia, y vinieron otros chicos jóvenes, entre ellos Álvarez, que también venía del PC, pero tenía una conducta tan extraña… él es quien trae de la mano a los dos policías que se incorporan al grupo en el momento de la caída del campamento. Habían llegado, creo, el día anterior.

P: ¿Qué era exactamente lo que hacía Cuba?

H.J.: Bueno, todo el armamento, el apoyo financiero… más que de Cuba era un operativo del Che… el Che estaba interesado en que eso comenzara, que eso empezara a moverse, El Che mandó a la Argentina a la misma gente con la que quería estar luego en Bolivia, lo mandó a Hermes Peña, a Castellanos, que era su chofer, a Papi Martínez Tamayo…

Y en ese campamento uno de los muchachos bancarios, que no sé cómo podía andar en la montaña, no tenía ninguna habilidad, creo que nunca había salido de la oficina, después se quebró … creo que a todos les hizo mal ese quebrarse. Ya se había ido Pirincho, también. A Pirincho lo habían mandado a pasar un cargamento de armas, desde Uruguay a Bs. As, y como los padres tenían un yate, agarró el yate y se fue para otro lado. Nunca más supe de él. Y bueno, también se hace un juicio contra él, el muchacho bancario (Bernardo Groswald). Ese juicio termina en un fusilamiento. Estuvimos todos cuando se lo fusiló. Realmente me pareció una cosa increíble. Yo creo que era un crimen, porque estaba destruido, era como un paciente psiquiátrico. Creo que de algún modo somos todos responsables, porque todos estábamos en eso, en hacer la revolución.

Al otro día, o a los dos días, salimos con los muchachos que eran del sur, eran unos tipazos, salimos para Santa Cruz de la Sierra, un pueblito que está sobre la montaña y al que se llega por caminitos que se han ido haciendo canales por el paso de la gente desde tiempos ancestrales, canales que ahora tienen una profundidad de unos dos metros. Y nos encontramos con un hombre que fue a buscarnos, le dije que le mandaba muchos saludos el Comandante, que quería saber cómo estaba, y nos trajo para comer una pata charqueada, entera, hasta la pezuña, y traían cosas para comer que se las llevamos de vuelta a los compañeros.

Ya de vuelta esquivamos la casa de la nenita que habíamos curado porque vimos huellas. Yo estaba seguro de que el campamento estaba perdido, estaba seguro y se lo dije a Papi, y él me dijo que pensaba lo mismo, que teníamos que levantarlo lo antes posible. Y seguimos hacia abajo, en una disposición distinta, mirando para todos lados… y vimos las huellas, que estaban frescas, habrían sido del día anterior, huellas de alpargatas, y los gendarmes son los que andaban de alpargatas, y en lugar de ir para el campamento, el camino que hicieron ellos, fuimos para otro arroyo, y cuando más avanzábamos fuimos encontrando mensajes: que habían detenido a los paisanos, que después los habían largado, que Diego estaba herido, y que habían metido dos canas y que estaban presos Del Hoyo, Frontini, Castellanos…

Llegamos al campamento donde estaban los que habían sobrevivido, vimos a Diego herido, que estaban sin comida… lo que traíamos nosotros duró lo que dura un helado a la salida del colegio, como decía Castellanos. Ahí se produce el derrumbe, se hace una reunión para ver hacia dónde se iba, si hacia arriba, con el herido, o hacia la ciudad de Yuco que era la que íbamos a tomar el 18 de marzo, pero ya no para tomarla, sino para conseguir alimento. A mí me pareció que podíamos ir hacia arriba dejando algunos compañeros con Diego, y llegar a Pampichuelo, un pueblo en las nacientes del río Piedras. Ése río es el único río en el que no vi ningún pez… no había nada, y tampoco se veían animales de caza. Y empezamos a subir, hasta un lugar en el que nos separamos cuatro compañeros que empezamos a trepar la montaña, para pasar un desfiladero, y fuimos hacia la naciente del río. Ahí se nos perdieron una tres pavas del monte que no pudimos cazar porque estábamos mal. Tenía tanta bronca Masetti que después vio un pajarito y le tiró y le sacó la cabeza… Ahí decidimos separarnos, me ordenó que baje y que después suba a buscarlo con otros compañeros, que él iba a seguir buscando comida. A todo esto ya habían muerto Marcos, César… y Diego estaba muy mal. Subimos por una grieta, y llegando casi a la punta Antonio Paul se cae, y yo no lo pude alcanzar. Cayó en caída libre… había lloviznado, estaba todo mojado. Alcancé a agarrar la correa de su mochila, pero se me escapó. No teníamos fuerzas, por el hambre terrible que pasábamos. Antonio cayó unos 30 metros y yo me caigo hacia otro lado, hacia una corriente de agua que me chupa, una playita que mirábamos desde arriba y le llamábamos “el lugar de la muerte” (yo le había dicho a Hermes, mirando desde arriba: “mirá, tan bello, y sin embargo es el lugar de la muerte”) y mi caída fue de esas historias rarísimas, que uno cuenta y le dicen qué estupidez… porque no me pasó nada prácticamente, no me ahogué, casi no me golpeé, … no sé cuánto estuve abajo del agua. Pero realmente era un momento placentero, bien placentero, era una sensación de no peso, como que nada pesaba, ni el cuerpo, ni las piernas, ni los sentimientos, ni los pensamientos, nada, nada… era un estado de… no sé qué cosa parecida… como un estado de placer puro, un estado puro, sin sensación de tiempo, de espacio… y no tragué agua. Yo tengo la sensación de que respiraba, pero no estoy seguro, porque ¿cómo voy a respirar abajo del agua?, pero lo cierto es que aparecí bastante más abajo y me sacó de ese estado Alberto Castellanos… estaba cerca del campamento. Entonces vuelvo, y lo encuentro a Antonio moribundo, y él me dijo “bueno, de todas maneras, de acá o salimos ganando o salimos con los pies para adelante, así que…no te hagás problema, de todas manera vamos a ganar”. Le faltaban vértebras, por lo menos la quinta vértebra no estaba… Antonio agonizó durante cuatro horas y yo, como ya no tenía morfina, le metí una caja de supositorios de Dolex. Estaba todo fracturado… tenía fracturas desde la base del cráneo hasta… bueno, en todo el cuerpo. Estuvo cuatro horas, con crisis convulsivas, y estuvimos hablando hasta que murió.

Luego me junto con Jorge y con Alberto, y Dieguito estaba muriéndose. Lo enterramos y la verdad que yo no estaba en condiciones de volver a subir la montaña, estaba muy mal, tenía un edema de hambre, se me había hecho un colapso en el intestino, perdí mucha masa muscular.

– ¿Cuánto tiempo había pasado desde que subieron al monte?

– Entramos en agosto y esto fue ya en abril. Mucho tiempo. Y sin comer fue desde que yo los contacto a ellos, que fue en los primeros días de marzo… y ya cuando vi la huella no comimos más. Ya llevábamos 30 días sin comer, y caminando sin parar. Y ya no podía caminar. Entonces decidimos bajar a ver si encontrábamos a la otra gente… y en la bajada, después de tanto tiempo, aparece un bicho en el río y yo le pego en la columna, no sabíamos qué bicho era… lo arrastramos como pudimos, y lo cuereé con un cortaplumas de esos que tienen de todo, destornillador, tijerita… Era un paquidermo, tenía un cuero gruesísimo. Bueno, digo, “lo primero, las vísceras: comamos el hígado, los riñones” mientras improvisábamos una parrilla con palos. Y por fin comimos algo, pero lo mismo quedé mal, tenía los intestinos a la miseria…

Cuando llegó Hermes, al tercer día, la carne no se podía comer porque se había podrido. Hermes traía un poco de yerba y preparó un mate cocido, que creo que fue la comida más gloriosa que comí en mi vida. La cuestión es que con Carlitos –que venía con Hermes- comenzamos a bajar para ir al campamento que yo no conocía, donde habían estado ellos antes, cuando fueron en el primer viaje. Y llegamos ahí y estaban saliendo ya los compañeros, creo que era el 12 de abril, y pensaban volver en 2 días.

Y al segundo día de que habían salido, yo estaba casi sin poder moverme ya, estaba tirado al pie de un reborde del río, empiezo a escuchar voces que no me gustan, y me acerco a un cinturón en el que tenía dos granadas y en ese momento siento que me salpicaba barro en la cara y manoteo una de las granadas y recibo un patadón en las costillas… eran los gendarmes. Y me empezaron a golpear, me desmayaron. Era imposible que no me desmayara, si estaba hecho una piltrafa. Después hacen un simulacro de fusilamiento. Y al día siguiente nos llevan.

Hay un gendarme que después fue guardia cárcel en Salta y que renuncia a la gendarmería por lo que vio esa noche en el campamento. Se impresionó mucho. Esa noche quedó de guardia y nos vio tan mal que nos tiró un par de cigarrillos. También nos trajo en una lata de duraznos una sopa de tomate, otra comida gloriosa… ¡qué rica!. Estábamos desnudos, con una manta arriba.

Al día siguiente salimos para Orán, ahí estuvimos varios días: desde el 14 o 15 de abril hasta el 20 de junio. Después nos trasladan a la cárcel de Tucumán.

(*)Versión reducida de la entrevista videograbada por Abril Schmucler y Ciro Del Barco en Agosto de 2004.

Segunda Parte: Tiempo de cárcel y reflexiones posterioresEn la cárcel nos torturaron bárbaramente, no de manera científica, fue brutal. Culatazos en la cabeza, patadas, muy cruel… no murió ninguno de casualidad. Nos tenían aislados en unas habitaciones que estaban en la parte de delante de la guardia, y por ahí cuando te llevaban te decían “tomá el fusil y andate”. Algunos eran muy nazis, pero otros eran buenos tipos. Y un día, debe haber sido entre los primeros días de junio, cae el General Alsogaray, Julio Argentino Alsogaray, que era, creo, comandante en jefe de las fuerzas armadas. Aparece y me pregunta qué cigarrillos fumo. Le digo “Máximos”, que era una marca del norte, y me dice “cómo vas a fumar esa porquería”. Y sí, le digo, fumo eso. Yo estaba desnudo, y mandó a un cabo que me buscara ropa. Me hizo desatar, estábamos solos. Manda traer un cartucho de particulares. No, le digo, con dos cigarrillos me sobra. Salvo que le den un paquete a cada uno. Después me pregunta qué tomo, si tomo whisky o cognac… Yo pensaba que me iba a fusilar. Y me trajeron cigarrillos y un cognac después de tantos días en los que nos habían dado de comer sólo una cabeza de vaca podrida, sopa llena de gorgojos, pan viejo… con decirte que llegué a pesar 48 kilos. “¿Y cómo estás?” me dice. Yo estaba azul, no había piel que no tuviera un color azul, violeta. “No quiero saber nada de las actividades”, me dice, “no me interesa eso”. “Usted Jouvé tiene un perfil muy parecido al de mis hijos. Hemos hablado con sus profesores de la secundaria, y sabemos que usted era muy buen alumno, muy buena persona, que terminó el bachillerato a los 16 años. Fuimos a la universidad, también sabemos que hizo una carrera impresionante hasta que entró al servicio militar y ahí paró, que su papá era un tipo muy respetado en su pueblo, un tipo recto, laburante, muy estimado, honesto. No me diga que esto es porque su mamá lava ropa”… “No, no es por eso”, le digo. “No es por ninguna de esas cosas”. “Bueno –me dice—, pero a mí me interesa saber por qué entró a la guerrilla, porque mi hijo se parece mucho a usted”. Y yo le dije “mire, en un país donde se habla de democracia, después de unas elecciones donde un tipo que puede ser bueno o malo pero que ganó con la proscripción de la mayoría, no entiendo de qué democracia hablamos. En la escuela nos enseñan eso, nos hablan de libertad, nos hablan de justicia, y viene la masacre de José León Suárez ¿qué quiere que piense?” Y le empecé a plantear un montón de cosas, durante diez minutos, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre la igualdad de posibilidades, etc. Y me dice “¿Y usted qué cree que puedo hacer con mi hijo?” “Y –le digo— no lo mande a la escuela o prohíbale a los maestros que le den Educación Cívica, porque si es una persona decente, y estudia eso, no se va a quedar sin hacer nada”. Resultó después que el hijo de Alsogaray murió en Tucumán. Lo mató Bussi. Estaba en Montoneros o en ERP. Y el otro se exilió en México, fue el que le pegó a Astiz, en un boliche de la costanera.
***

De Tucumán nos llevaron a Salta. Ahí ya podía hacer cosas, hicimos juguetes en la carpintería, también hicimos muebles. Yo le hice una cuna a mi hija, qué sé yo, hacíamos cosas, teníamos la posibilidad de entretenernos, de leer un poco el diario, de recibir discos y libros… Así que ahí fue bastante bueno, digamos. Mi señora se había ido al Uruguay, tenía orden de captura, pero va a la visita y no la meten en cana, así que empieza a visitarme seguido. En el 68 queda embarazada, y nació Tania Camila, mi hija. Luego se viene para Córdoba. En esa cárcel era otra cosa, tenías tiempo de pensar, podías escribir, nos hacían reportajes… Casi todas las entrevistas de esos años se caracterizan por cierta soberbia, como que nos sentíamos dueños de todas las verdades. Creo que eso nos caracterizó no sólo a nosotros sino a todos los que apoyamos procesos insurrecionales. Yo no estaba de acuerdo con eso, porque Fidel había dicho que no podíamos convertir a la corriente socialista en una iglesia con papas, popes, obispos y curas, y yo pensaba lo mismo, que era muy parecido a una religión, yo pensaba que lo que queríamos era un poco como construir el paraíso en la tierra, esta Revolución que era el punto de llegada, que era el lugar donde todos íbamos a ser felices. Y además, que lo íbamos a hacer nosotros. Después de un tiempo de estar adentro, esas cosas me llamaban más a la reflexión. En realidad las primeras críticas fueron al foco, concretamente a lo nuestro, a la preparación de ese foco, ya después las críticas fueron apuntando más para otras cosas: ¿era el camino armado el camino correcto para construir una sociedad diferente? Después, cuando nos juntamos con otra gente en la cárcel de Resistencia también, veíamos lo que se venía, el desarrollo de nuevas fuerzas sociales como el peronismo del ’73, en donde Montoneros tenía una buena posibilidad de avanzar un poco más de lo que avanzó. La llegada de Perón, el acto eleccionario que lo confirma, desacomoda bastante el panorama y yo opinaba que había que guardar los fierros y hacer política. Y esperar. Pero bueno, se hicieron varias operaciones grandes y eso fue complicando todo. Es decir, los militares aprovechaban eso… yo creo que la inteligencia militar siempre tentó al ala armada de los grupos, siempre le regaló cosas para poder golpearla, no sólo para poder golpearla sino para hacer que sea hegemónica sobre la política. Y bueno, la política de alguna manera fue desapareciendo. Mientras, nosotros estábamos en la cárcel, rodeados de compañeros que iban encarcelando en ese tiempo, con los que podíamos hablar de esas cosas.

De resistencia nos mandaron a Rawson, ahí las organizaciones armadas les prohibieron a algunos compañeros hablar con nosotros, salvo los changos de La Calera, Luis Rodeiro, Ignacio Vélez y algunos más, porque estaban en disidencia. Teníamos mucha charla con la gente del Peronismo de Base, de las FAR. Y nos mandaban embajadores, para que los otros no se contaminaran, mandaban a los más firmes.

En Rawson estábamos en pabellones celulares, y era todos los días más o menos lo mismo: los presos se agrupaban de acuerdo a las distintas agrupaciones de las que eran parte y cantaban sus himnos y canciones cuando se leía en el diario quién había hecho la última operación…. pero de política casi no se hablaba. Para casi todos la política era algo del otro lado, era de burgueses. Un solo preso leía los diarios y los otros escuchaban, eso fue cuando vino Perón en noviembre, y como era yo el que leía, y a mí me hartaban con las canciones de victoria, entonces yo leía primero las noticias políticas, después las económicas, después las deportivas, después los avisos clasificados y recién al último leía las operetas militares. Era mi pequeña venganza. Fuimos a parar al pabellón de los quebrados, donde nos encontramos con Rodeiro, con Vélez… y bueno, yo digo que los últimos días tuvimos un pabellón tranquilo… y a la semana salimos.

***

Todavía los primeros años de encierro seguía pensando que la idea del foco guerrillero era una vía válida, durante el 66, 67. Pero ya cuando el Che estaba en Bolivia, Castellanos me dijo “ahora vas a ver lo que es un Comandante” y yo le dije “yo creo que el Che está perdido” porque estaba aislado. “No, no”, me dice, “vos no sabés los recursos que tiene el Che”.

Y cuando muere el Che ya tenía una cosa bastante elaborada sobre la guerrilla, la lucha armada… yo la había conocido desde adentro y los milicos habían aprendido tanto como nosotros, y tal vez un poco más… sabíamos que ellos podían llegar a las brutalidades más espantosas para obtener información… Pero sobre todo criticaba la concepción del foco como vía para la revolución en cualquier lugar. En algunos lugares podría andar, como en China, Vietnam y en Cuba… pero siempre contamos las revoluciones que triunfan, ¿y las que no triunfan? hubo muchas, claro… son muchísimas más las que no triunfaron que las que triunfaron. Y muchísimas más las que terminaron en masacre. Es decir que cuando empezamos a contabilizar lo que había andado y lo que no había andado, pensamos que tenían que darse condiciones sumamente particulares para que se lograra el desarrollo de una lucha política y social violenta que terminara en la toma del poder. A esa altura del partido yo me preguntaba: ¿y después del poder, qué? O sea, si tomamos el poder, si son algunos compañeros que están acá con nosotros los que toman el poder, nosotros nos vamos a tener que ir o nos van a fusilar. Si ya nomás somos quebrados por pensar distinto. Después llegamos a una charla, creo que estaba el Oscar (Del Barco) y el Kichi (Samuel Kiczkowski), estaban muy en montos, me acuerdo, y yo les decía que eso no era mejor, o estar en cualquier organización armada, todo eso estaba invalidado, que no era una guerra sino que era el juego del vigilante y el ladrón… eso fue en el 73, 74… creo que habían pasado suficientes cosas como para suponer que eso no era posible; sí era posible lo que ocurrió en el Rodrigazo, es decir, fijate que el golpe contra Isabel Perón no viene por las acciones de la guerrilla, viene después del Rodrigazo, cuando en Buenos Aires los trabajadores le pasan por encima a la burocracia sindical, desconocen el mandato de Lorenzo Miguel, de Isabel… bueno ahí se viene el Golpe, porque hay un verdadero cuestionamiento del poder, es decir, la gente en la calle. Después vienen los grupos de militantes, como después de los hechos del 2001, donde las asambleas populares primero fueron populares en serio, la gente salía a la calle y no tenía una visión política, salía desde la bronca, desde el rechazo de algo que le resultaba insoportable. Pero luego vinieron los militantes, les tiraron discursos, vinieron con las banderas y la gente se fue. Es decir, todo eso me ha ido llevando, a mí por lo menos, y coincidimos con bastantes compañeros, a otro tipo de ideas. No sé cómo construiremos el socialismo, no sé. Tampoco sé si hoy es posible, no sabemos para dónde vamos.

***

Y ahora hay una cantidad de cambios para que no cambie nada. Porque este es un sistema que va cambiando cosas, va revolucionando un montón de cosas todos los días para que no cambie nada, para que la esencia misma del sistema siga siendo igual. Por ejemplo: todas las grandes empresas, tienen fundaciones, que hacen obras de caridad, que les pagan a Greenpeace, a Médicos sin Fronteras, a un montón de organizaciones donde trabaja gente sana, desinteresada, que van para ayudar a gente que sufre… como nosotros quisimos hacer la revolución nuestra, la íbamos a hacer para que la gente viviera bien. Pero pienso que lo mejor de la juventud estuvo también en las luchas obreras, que lo hacían para que sus compañeros vivan mejor. Digo… la gente que se puso a hacer algo por el otro… pero eso que pasa hoy donde las grandes corporaciones multinacionales están apoyando proyectos para los chicos de la calle, para esto, para lo otro, estas cosas, antes no existían. Después de haber desangrado pueblos enteros para hacerse multimillonarios, te arman una fundación y parte de eso que han saqueado a la gente lo devuelven en obras de caridad. Estos son los cambios de los que hablo. Las ONG son compradas por esos organismos, porque son los que les tiran la guita para que hagan lo que hacen, entonces se convierte en un negocio más ¿me entendés?, esto es lo que ha logrado el capitalismo. Te dicen: “vos tenés todas las libertades, podés optar por lo que vos quieras”… ¿te vas a hacer feminista? sí, no hay problema, hacelo, te ponemos el Banco Mundial y te pagamos. ¡El Banco Mundial les da guita a los grupos feministas! ¿para los derechos humanos? ¿lucha contra el racismo? ¡Pero claro que sí!, acá hay guita: se la pone el Banco Mundial o se la pone cualquier fundación de las grandes corporaciones. Pero no te metas con otras cosas. No vayas a querer demostrar que haría falta vivir de otra manera, que no vamos a ningún lado sino al que ellos quieren, que no podemos decidir hacia dónde queremos ir. Esto de comenzar a pensarnos desde otro lugar… de todas maneras no podemos evadir la alienación, hasta nos han hecho creer que si no tenemos la multiprocesadora Moulinex somos infelices, entonces, la gente sufre por lo que no tiene. Y yo me pregunto ¿cómo van a sufrir por lo que no tienen, si tienen un montón de cosas de las que podrían disfrutar? Pero bueno, no importa, lo que tenemos no lo disfrutamos y lloramos por lo que no tenemos. Entonces ¿cuál es el placer más grande de la gente, hoy? Ir al hiper, cargar los carros y salir con un montón de cosas, ¿por qué? Porque nos hemos convertido en “monos recolectores”. Toda esta alienación, toda esta segmentación social llevada casi al infinito, todo este sistema alienado donde todo se mezcla en una cosa que es insoportable: se mezcla el chorro de la esquina con el piquetero de cualquier corriente, se mezcla el secuestro con los marginados, entonces ahora son todos delincuentes y por portación de cara te llevan preso. Entonces hacé todo lo que quieras con los derechos humanos, pero no te metás a cuestionar el sistema porque ahí te cortamos las manos.

De todas maneras hay que hacer cosas. No creo que vayamos a cambiar el mundo, a lo mejor esto se vuelve absolutamente insoportable, a lo mejor esta irracionalidad absoluta hace que se vuelva tan tan irracional a los ojos del ciclón que provoque que las multitudes hagan otro tipo de cosas y que podamos hacer algo, o podamos articular un discurso que permita construir otro tipo de sociedad. Tal vez como decía Oscar del Barco, que es lo que siempre intento, tenemos que empezar a vivir de otra manera. Vivir de otra manera y salir de este circuito que es absolutamente perverso, donde todas las opciones que nos dan son falsas, porque las opciones verdaderamente importantes, no están. Las de adónde queremos ir, no están. Vamos a donde nos llevan. Y yo creo que eso es lo terrible, pero no creo que podamos hacer nada desde la guerrilla armada. Tal vez haya algún momento en que se pueda dar una situación como la de los bolcheviques en la Rusia de 1917. Tal vez se dé ese momento en que todo es posible… yo creí que ese momento era el 25 de mayo del ‘73, porque los canas nos hacían la V de la victoria cuando íbamos en el colectivo desde Ezeiza a Capital. Yo dije “pucha qué momento”, me acuerdo de la gente, de la cantidad de gente… cuando me subieron al balcón para que hable, y yo miré y me asusté tanto, tanto. Había tanta gente que no sabía dónde terminaba esa multitud, así que dije cuatro pavadas y me tiré para atrás. Era impresionante, nunca había visto tanta gente junta. Pero bueno, era el momento, tal vez un Lenin en ese momento hubiera hecho otra cosa, pero hay que ver, si llega el momento, y estamos, tal vez podamos hacer algo por el cambio. Si no, no sé cómo se irán articulando las cosas. De todas maneras yo coincido con algunas cosas del subcomandante Marcos, sobre todo en que la revolución no es un punto de llegada, que es un camino, un modo de vivir. Hoy pienso que es así, que la revolución es una manera de estar en el mundo.

***

Yo creo que si estamos atentos a lo que pasa posiblemente podamos hacer más cosas para que cambie el mundo. Creo que sí, que se va a poder, que no termina acá la historia. Pienso en el equipo de la revista, por ejemplo, están haciendo algo, y no tanto por lo que dicen si no por el hecho de estar juntos, de juntarnos para hablar, para pensar, para ver si alguna vez logramos articular ese discurso que permite otras cosas. Eso es lo único que hemos podido mantener, eso de juntarnos para hablar, de encontrarnos, con alegría. Eso es indispensable. Porque yo creo que Descartes se equivocó cuando dijo “pienso, luego existo”, no es así el ser humano…el ser humano es un animal que puede razonar, pero puede razonar porque es emocional, si no hubiera emociones, no pasa un pito. Sería una roca. Quiero decir que solamente a partir de la emoción pudimos descubrir el lenguaje, la cultura, todo.

Cuando nos han invitado a hablar sobre estas cosas que hemos vivido, por ejemplo los de hijos nos han invitado varias veces, y fuimos con Rodeiro, Losada, Vélez, y otra gente también, he escuchado hablar de heroísmo y de un montón de cosas y eso siempre me pone mal. Porque esos chicos que perdieron a sus padres, si tratan de emular ese camino… pienso que eso está agotado, que no anduvo bien, que no salió bien. Y me dicen que fue porque se hicieron mal las cosas, y yo digo que no, mira, 70 años de socialismo en la Unión soviética, desde el 47 en China, pregunto: ¿eso era el socialismo? “Bueno, porque lo hicieron mal”, me dicen. ¿y vos creés que lo vas a hacer bien? ¿vos creés que la gente que lo hizo mal era gente malintencionada? ¿o sale mal por otra cosa, porque directamente eso no era socialismo? entonces ¿qué es el socialismo? porque eso no fue, y Lenin mismo lo dijo antes de morir en 1920 –en esos escritos que casi nadie pudo leer porque estaban secuestrados—, que tendremos que conformarnos con un capitalismo de estado para desarrollar la cultura… ahí es cuando le escribe cartas a los intelectuales de Europa occidental y les escribe para que fueran a ayudar a desarrollar la cultura del pueblo ruso. Dice “éste es un pueblo asiático, qué socialismo se va a desarrollar en un pueblo asiático”, su planteo era la posibilidad de que fueran los obreros los que dirigieran este proceso de modernización. Eso fue, un proceso de modernización. Pero desde ahí, se tomó el poder, con las ideas que muchos todavía hoy creen que son las únicas posibles. Y yo decía que no, que al poder no lo tenemos que raptar porque va a ser una dictadura de nuevo, porque es calcada de lo otro, es la misma ideología. Entonces, no sé cómo se hará, no tengo ni idea.

AS: Dijiste “existir” de otra manera…

HJ: Sí, asociarnos de otra manera, ¿cómo puede ser que nos asociamos sólo para negociar, cómo puede ser que no nos podamos asociar para otras cosas, para compartir otro tipo de cosas? Digo, reconstruir los vínculos sociales, la red social que está destruida.

AS: Empezar en cada individuo…

HJ: Sí, en cada individuo, pero hasta abrir el diálogo con el otro, articulando las experiencias, me parece que eso es importante. Dice Maturana que una cultura es una red de conversaciones. Y yo creo que podemos ayudar a instalar otra red de conversaciones. Y dentro del marco del progresismo, yo creo que más que definiciones, podemos empezar a hacer buenas preguntas. Para ver qué estamos haciendo, y si hacemos buenas preguntas posiblemente logremos instalar una nueva red de conversaciones. Pero si no, vamos a seguir repitiendo lo mismo. Aún se escuchan comentarios, ideas, discursos de los años ‘60: no puede ser que no se den cuenta de que ya cayó el muro de Berlín, que China es un país capitalista de primera línea, que Vietnam se fue a los caños, no puede ser que no hayan tomado nota de lo que pasó en el mundo. Que vivimos en un mundo globalizado, pero lógicamente globalizado, porque el capitalismo tiende a la globalización. Yo creo que recién ahora está empantanado porque no tiene donde seguir haciendo sus beneficios, salvo concentrarse, concentrarse y volverse fascismo. También hay bastantes reservas no fascistas en el mundo, pero siguen pensando lo mismo, yo veo que siguen pensando que la única salida es la toma del poder, y a cada movimiento social se le cuelgan atrás los grupos revolucionarios para indicarles el camino de la toma del poder y de la revolución. Ésta es la cultura que estamos viviendo. Pero ¿será posible guiar a los que puedan instalar una nueva red de conversación haciendo nuevas preguntas? A mí por lo pronto me parece importante que la gente se junte, que podamos preguntarnos cosas.

Oscar del Barco, «No matarás», carta a Schmucler

22 Sep


Señor Sergio Schmucler:

Al leer la entrevista con Héctor Jouvé, cuya transcripción ustedes publican en los dos últimos números de La Intemperie, sentí algo que me conmovió, como si no hubiera transcurrido el tiempo, haciéndome tomar conciencia (muy tarde, es cierto) de la gravedad trágica de lo ocurrido durante la breve experiencia del movimiento que se autodenominó «ejército guerrillero del pueblo». Al leer cómo Jouvé relata suscinta y claramente el asesinato de Adolfo Rotblat (al que llamaban Pupi) y de Bernardo Groswald, tuve la sensación de que habían matado a mi hijo y que quien lloraba preguntando por qué, cómo y dónde lo habían matado, era yo mismo. En ese momento me di cuenta clara de que yo, por haber apoyado las actividades de ese grupo, era tan responsable como los que lo habían asesinado. Pero no se trata sólo de asumirme como responsable en general sino de asumirme como responsable de un asesinato de dos seres humanos que tienen nombre y apellido: todo ese grupo y todos los que de alguna manera lo apoyamos, ya sea desde dentro o desde fuera, somos responsables del asesinato del Pupi y de Bernardo.

Ningun justificativo nos vuelve inocentes. No hay «causas» ni «ideales» que sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo tanto, de asumir ese acto esencialmente irredimible, la responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente la muerte de un ser humano. Responsabilidad ante los seres queridos, responsabilidad ante los otros hombres, responsabilidad sin sentido y sin concepto ante lo que titubeantes podríamos llamar «absolutamente otro». Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el no matarás. Frente a una sociedad que asesina a millones de seres humanos mediante guerras, genocidios, hambrunas, enfermedades y toda clase de suplicios, en el fondo de cada uno se oye débil o imperioso el no matarás. Un mandato que no puede fundarse o explicarse, y que sin embargo está aquí, en mí y en todos, como presencia sin presencia, como fuerza sin fuerza, como ser sin ser. No un mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que constituye nuestra inconcebible e inaudita inmanencia.

Este reconocimiento me lleva a plantear otras consecuencias que no son menos graves: a reconocer que todos los que de alguna manera simpatizamos o participamos, directa o indirectamente, en el movimiento Montoneros, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra organización armada, somos responsables de sus acciones. Repito, no existe ningún «ideal» que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía. El principio que funda toda comunidad es el no matarás. No matarás al hombre porque todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres. La maldad, como dice Levinas, consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos, el decir una cosa y hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los otros y levantar el no matarás cuando se trata de nuestros propios hijos.

En este sentido podría reconsiderarse la llamada teoría de los «dos demonios», si por «demonio» entendemos al que mata, al que tortura, al que hace sufrir intencionalmente. Si no existen «buenos» que sí pueden asesinar y «malos» que no pueden asesinar, ¿en qué se funda el presunto «derecho» a matar? ¿Qué diferencia hay entre Santucho, Firmenich, Quieto y Galimberti, por una parte, y Menéndez, Videla o Massera, por la otra? Si uno mata el otro también mata. Esta es la lógica criminal de la violencia. Siempre los asesinos, tanto de un lado como del otro, se declaran justos, buenos y salvadores. Pero si no se debe matar y se mata, el que mata es un asesino, el que participa es un asesino, el que apoya aunque sólo sea con su simpatía, es un asesino. Y mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el crimen, el crimen sigue vigente.

Más aun. Creo que parte del fracaso de los movimientos «revolucionarios» que produjeron cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoeslavia, China, Corea, Cuba, etc., se debió principalmente al crimen. Los llamados revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara. No sé si es posible construir una nueva sociedad, pero sé que no es posible construirla sobre el crimen y los campos de exterminio. Por eso las «revoluciones» fracasaron y al ideal de una sociedad libre lo ahogaron en sangre. Es cierto que el capitalismo, como dijo Marx, desde su nacimiento chorrea sangre por todos los poros. Lo que ahora sabemos es que también al menos ese «comunismo» nació y se hundió chorreando sangre por todos sus poros.

Al decir esto no pretendo justificar nada ni decir que todo es lo mismo. El asesinato, lo haga quien lo haga, es siempre lo mismo. Lo que no es lo mismo es la muerte ocasionada por la tortura, el dolor intencional, la sevicia. Estas son formas de maldad suprema e incomparable. Sé, por otra parte, que el principio de no matar, así como el de amar al prójimo, son principios imposibles. Sé que la historia es en gran parte historia de dolor y muerte. Pero también sé que sostener ese principio imposible es lo único posible. Sin él no podría existir la sociedad humana. Asumir lo imposible como posible es sostener lo absoluto de cada hombre, desde el primero al último.

Aunque pueda sonar a extemporáneo corresponde hacer un acto de constrición y pedir perdón. El camino no es el de «tapar» como dice Juan Gelman, porque eso -agrega- «es un cáncer que late constantemente debajo de la memoria cívica e impide construir de modo sano». Es cierto. Pero para comenzar él mismo (que padece el dolor insondable de tener un hijo muerto, el cual, debemos reconocerlo, también se preparaba para matar) tiene que abandonar su postura de poeta-mártir y asumir su responsabilidad como uno de los principales dirigentes de la dirección del movimiento armado Montoneros. Su responsabilidad fue directa en el asesinato de policías y militares, a veces de algunos familiares de los militares, e incluso de algunos militantes montoneros que fueron «condenados» a muerte. Debe confesar esos crímenes y pedir perdón por lo menos a la sociedad. No un perdón verbal sino el perdón real que implica la supresión de uno mismo. Es hora, como él dice, de que digamos la verdad. Pero no sólo la verdad de los otros sino ante todo la verdad «nuestra». Según él pareciera que los únicos asesinos fueron los militares, y no el EGP, el ERP y los Montoneros. ¿Por qué se excluye y nos excluye, no se da cuenta de que así «tapa» la realidad?

Gelman y yo fuimos partidarios del comunimo ruso, después del chino, después del cubano, y como tal callamos el exterminio de millones de seres humanos que murieron en los diversos gulags del mal llamado «socialismo real». ¿No sabíamos? El no saber, el hecho de creer, de tener una presunta buena fe o buena conciencia, no es un argumento, o es un argumento bastardo. No sabíamos porque de alguna manera no queríamos saber. Los informes eran públicos. ¿O no existió Gide, Koestler, Víctor Serge e incluso Trotsky, entre tantos otros? Nosotros seguimos en el Partido Comunista hasta muchos años después que el Informe-Krutschev denunciara los «crímenes de Stalin». Esto implica responsabilidades. También implica responsabilidad haber estado en la dirección de Montoneros (Gelman dirá, por supuesto que él no estuvo en la Dirección, que él era un simple militante, que se fue, que lo persiguieron, que lo intentaron matar, etc., lo cual, aun en el caso de que fuera cierto, no lo exime de su responsabilidad como dirigente e, incluso como simple miembro de la organización armada). Los otros mataban, pero los «nuestros» también mataban. Hay que denunciar con todas nuestras fuerzas el terrorismo de Estado, pero sin callar nuestro propio terrorismo. Así de dolorosa es lo que Gelman llama la «verdad» y la «justicia». Pero la verdad y la justicia deben ser para todos.

Habrá quienes digan que mi razonamiento, pero este no es un razonamiento sino una constrición, es el mismo que el de la derecha, que el de los Neustad y los Grondona. No creo que ese sea un argumento. Es otra manera de «tapar» lo que pasó. Muchas veces nos callamos para no decir lo mismo que el «imperialismo». Ahora se trata, y es lo único en que coincido con Gelman, de la verdad, la diga quien la diga. Yo parto del principio del «no matar» y trato de sacar las conclusiones que ese principio implica. No puedo ponerme al margen y ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, o a la inversa. Yo culpo a los militares y los acuso porque secuestraron, torturaron y mataron. Pero también los «nuestros» secuestraron y mataron. Menéndez es responsable de inmensos crímenes, no sólo por la cantidad sino por la forma monstruosa de sus crímenes. Pero Santucho, Firmenich, Gelman, Gorriarán Merlo y todos los militantes y yo mismo también lo somos. De otra manera, también nosotros somos responsables de lo que sucedió.

Esta es la base, dice Gelman, de la salvación. Yo también lo creo.

Lo saludo.

Oscar del Barco